sábado, 24 de noviembre de 2018

EL GRAN VALOR DE LA COMIDA ORGÁNICA


Foto: Productos de pequeños micro empresarios de la agricultura en Ecuador

Cuando estés negociando busca quien es el tonto en el trato. Si no encuentras uno, es que el tonto vas a ser tú. Mark Cuban

Seguramente mi hermano menor se llevaría las manos a la cabeza al constatar que, aquello que despreciaba olímpicamente en su niñez, es ahora algo de gran valor ya que los grandes chefs de la cocina internacional, están dispuestos a pagar lo que sea por los productos naturales y ecológicos, aquellos que precisamente él despreciaba. 

Todo empezó porque hace algunos años, cuando mi padre tuvo que cumplir con una responsabilidad pública durante cuatro años, tuvo que viajar a su ciudad natal acompañado de mi madre y de mi hermano que en ese entonces tendría unos 10-11 años. El caso es que mi hermano, seguramente al sentir un sabor diferente a la comida de pueblo, llegó a detestar la leche de vaca, los huevos de gallo y gallina o la gallina de campo. Y aquello era gracioso para nosotros escucharle que le pedía a mi madre que le dé por ejemplo “leche de cartón”, “huevos de incubadora” o “pollo del supermercado” porque, caso contrario, simplemente no comía. Incluso un plato típico ecuatoriano muy bueno que consiste en arroz seco con estofado de pollo, lo pedía diciendo que quería “un seco de pollo, PERO, SIN POLLO”.

Hasta ese punto llegaba. Y no recapacitaba pese a que le hacíamos ver de las bondades de la comida del campo, de la comida natural.

Lamentablemente, esa actitud hasta el día de hoy persiste, al preferir la mayoría de la población productos manipulados, envasados, industrializados en vez de lo que nos da generosamente la madre tierra. En Ecuador, concretamente, pequeños microempresarios que sin saberlo, realizan una agricultura orgánica por ejemplo, al no utilizar fertilizantes o pesticidas químicos, solo abonos naturales cuyos conocimientos los han heredado de sus ancestros y que, sin embargo, se enfrentan diariamente en los mercados o en las calles a un brutal regateo de sus productos precisamente por no estar expuestos en espaciosas y elegantes superficies, reduciendo sus ganancias a niveles tan ínfimos que no les permite vivir dignamente de ello que, por lo mismo, inmigran hacia las grandes capitales a la par que abandonan las tierras teniendo que importarse productos que muy bien pueden proveerse dentro del país y constituyéndose ellos mismos, en un problema social típico de las ciudades urbanas sudamericanas.

Leía en un reportaje a propósito de ello que, por ejemplo, un pollo que normalmente cuesta unos 3 o 4 euros, al ser de campo, en cambio, un cocinero famoso estaría dispuesto a pagar 12-13 euros por él, al considerar que su sabor es inigualable aparte que sus comensales quieren saber qué comen y de donde proviene el producto, prefiriendo evidentemente lo que no sea artificial. Todo ello, si se encuentra un productor que le provea el producto de manera regular, caso contrario como en el caso de las hortalizas, verduras y frutas que se los obtiene en determinadas temporadas, se han visto muchos de los prestigiosos restaurantes a crear sus propias huertas donde ellos mismos controlan que no se agreguen elementos extraños a sus productos en crecimiento, además de evitar el tener que esperar que sea la época del año en que se dan. En Ecuador en cambio, al ser su clima primaveral todo el año y su tierra de origen volcánico y por lo mismo, tan prolífica, disfrutamos de los productos tranquilamente durante todo el año y, sin embargo, no se aprovecha este privilegio.

También es común para mí escuchar por estos lares por ejemplo que “el tomate sí sabe a tomate” o que la “cebolla si sabe a cebolla” para expresar que los productos no han sido manipulados y que, por lo mismo, suelen ser muy sabrosos y suaves. La famosa cocinera Carme Ruscalleda lo dice en una entrevista reciente en el EL PAIS SEMANAL que un tomate que no produce moho por ejemplo hay que dudar de su origen y que hay pieles de tomate que bien se podrían hacer un impermeable con eso, es decir, que son tan manipulados que dan un producto casi sintético, los mismos que se tardan en descomponer al contrario de los que provienen de una huerta orgánica.

En el caso de la carne, ganaderos responsables procuran que los pollos o las terneras se encuentren en un ambiente agradable, disfrutando de la naturaleza ya que ello provoca una buena carne y una buena leche en el caso de las vacas.

La mejor carta de presentación entonces de un buen restaurante y porque no, de una velada familiar, hoy por hoy, es comprar el cien por ciento de sus productos a los pequeños productores y aquello ha demostrado que, además de crear unos saludables, exquisitos y vistosos platos, generan fuentes de empleo a los verduleros, hortelanos, fruteros o ganaderos, quienes viven dignamente de su trabajo al que dedican mucho esfuerzo y conocimiento.

Algo que, al parecer, no es tan valorado por muchos.




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